En mi etapa de estudiante conocí la Historia en cuanto asignatura escolar, como una condición para aprobar semestres, pasar año. Tuve la oportunidad de conocer distintas maneras de enseñar la Historia , debido a los distintos profesores con quienes conviví como alumno. Los más, trabajaban la asignatura como una serie de contenidos enciclopédicos que debían aprenderse, entendiendo el término como memorizarlos y/o relacionarlos con temas y preguntas o indicaciones determinados por el profesor o por el libro.
En la mayoría de los casos estudiar Historia significó para mí leer los textos dados y obtener de ellos las respuestas a preguntas directas, textuales, como condición indispensable para acceder a una buena calificación. Sin embargo, tuve también la gran suerte de contar con el profesionalismo y la dedicación que imprimía a su labor docente un profesor de Historia en segundo de secundaria que significó una experiencia diferente que cambió completamente mi percepción del hecho de estudiar Historia, a partir de la cual nació decididamente mi gusto por esta materia.
El profesor inició su curso de Historia Universal como cualquier maestro de Historia, simplemente señalando algunos aspectos a los que debíamos prestar especial atención. Al terminar el primer mes de clase nos citó en uno de los muchos templos coloniales de la ciudad de Querétaro, donde estudié la secundaria. Ahí nos hizo ver el estilo arquitectónico en general, traído de Europa por los conquistadores y las aportaciones de los indígenas de la región en los caracteres grabados a cincel sobre la cantera rosa de las columnas. Esta observación y muchas otras que surgieron como comentarios espontáneos de mis compañeros de clase al referir otros casos conocidos por ellos o, incluso, otros aportes indígenas que en ese momento se intuían a raíz de las reflexiones creó un ambiente de aprendizaje ameno, productivo y que, al menos en mi caso, generó un gusto muy especial hacia la hasta entonces aburridísima Historia. Meses después viajamos a la Cd. de México para recorrer dos salas del Museo Nacional de Antropología e Historia, guiados por el autor del libro de texto que llevábamos en la escuela, ante la sorpresa lógica de todo el grupo.
Esa representación inicial de la Historia cambió no sólo con el contacto directo con lugares y objetos que hablan de hechos sucedidos en otras épocas sino también con otro elemento que se sumó a mi experiencia en el primer año de estudio de la Escuela Normal. Como actividad principal del primer mes de clase el profesor nos hizo leer Los pasos de López de Jorge Ibargüengoitia. Posteriormente hicimos breves comentarios respecto de la lectura y del paralelismo con la historia oficial del inicio de la lucha por la Independencia. Si bien fue poco el seguimiento que se dio grupalmente a la lectura, ésta despertó en mí mucho interés por el estudio de la Historia no sólo de esa época sino de manera general, al provocar la curiosidad por conocer a distancia o imaginar los hechos a partir de imágenes descritas sin el condicionamiento del apego a la versión oficial, aquella que parte de conceptos fijos, preestablecidos, icónicos, que concibe personajes casi angelicales. Esta libertad me abrió posibilidades para construir conceptos más humanos acerca de los protagonistas de la Historia así como hechos más comunes que heroicos, más reales.
Hoy, como docente, pretendo despertar en mis alumnos curiosidad por conocer los personajes, ubicarse en el espacio – tiempo históricos y descubrir las causas y consecuencias de los hechos a estudiar. De esta manera podrá haber interés de su parte por aprender la Historia escribiendo de manera compartida con el grupo su propia versión. Si logro provocar esa curiosidad científica, los textos que se lean (diversos y lo más originales posibles), las imágenes observadas y/o los lugares históricos visitados serán el alimento para una curiosidad que se traducirá en investigación y re-creación de los acontecimientos. Es decir, los alumnos estarán, más que aprendiendo una Historia, haciendo Historia.
Cipriano López Islas
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